Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Ábrete!» Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
«Modo vida» © Con la autorización de Santiago Benavides
Abre la puerta, Señor
y entra para quedarte.
Sin prisa,
repíteme como a un niño
eso que quieres decirme.
Porque ningún
sordomudo de la vida
puede entender a la primera.
Saca tú del baúl de mi alma,
uno por uno, los delirios
y sofocos escondidos.
Y enséñame a mirarlos
con tu calma,
mientras dejo
que lo dedos
de tu Espíritu
mitiguen la tensión
que me provocan.
Destrábame la lengua,
para que pueda contarte
los fastidios, rencores
y reveses que
se llevan
tu serena paz
de mi existencia.
¡Pon saliva sobre ellos!
No sea que endurezcan
y logren atascar el manantial
de tu amor, de tu esperanza.
¡Tenme paciencia, Señor!
Algún día, aprenderé
a vivir solo de silencio…
(Seve Lázaro, sj)